En Tudela Veguín, el zumbido tiene todas las respuestas. Sólo la calle
Tino Casal y la vía del tren separan el caserío de los depósitos de la
fábrica de cemento, que tienen el topónimo del pueblo impreso en cuatro
tanques pegados y forman parte de una enorme instalación fabril
absolutamente visible desde todas partes. La cementera se adueña de
inmediato de cualquier mirada desde este casco urbano que se eleva por
la loma para mirar hacia la parte de la vega del Nalón que la planta, a
fuerza de crecer, ha ocupado casi por completo. Tan importante que a la
vista se diría que hasta el río, respetuoso, la esquiva por el lado más
alejado del pueblo. Veguín era Veguín, y Tudela, Tudela hasta que se
instaló justo aquí primero el tren y luego la primera factoría
productora de cemento de España, a partir de 1898, y puso argamasa entre
los dos nombres y dio a luz un pueblo nuevo. Por eso es «la industria»
la respuesta. Da lo mismo que la pregunta cuestione por el origen de la
población que por la involución demográfica del último tiempo.
«La
industria» es la respuesta universal que sirve, combinada con otras,
para explicar el declive demográfico, más severo que en Olloniego en
esta población sin autopista directa a Oviedo, pero a un paso del nudo
que da acceso a la Autovía Minera hacia Gijón y al comienzo del Corredor
del Nalón en dirección a Langreo. Más cerca de La Felguera que de la
capital de su concejo. «Un piso se compra con más facilidad en Langreo o
en Oviedo», afirmará José Ramón Mortera, secretario de la Asociación de
Vecinos «San Julián», haciendo memoria para concretar cuánto hay que
retroceder, a lo mejor casi una década, para encontrar las últimas
promociones de vivienda edificadas en Tudela Veguín. Alguien aduce que
no hay demasiado espacio en esta parte más estrecha del valle y que
además un pueblo vecino de una gran planta productora de cemento a veces
«espanta un poco», pero hace mucho tiempo que ha quedado sentado que
aquí el matrimonio con la industria era en la salud y en la enfermedad.
De momento, en plena crisis aguda de la construcción, el zumbido de la
cementera, unos 150 empleos directos y doscientos en total pese a la
crisis de la construcción, sigue siendo la fe de vida de este pueblo.
Andrés
Herraiz, alcalde pedáneo, habla con las espaldas cubiertas por la
silueta ineludible de la factoría, al fondo también por el corte que la
cantera le ha hecho a la montaña. Define su pueblo como este lugar que
debe su génesis a la fábrica, su desarrollo y su declive a la actividad
fabril. Y no sólo a ésta. La planta de cemento lleva ininterrumpidamente
ahí desde 1898, pero aquí fábricas las hubo «por todos lados y de todas
clases». Él trabajó en Hidrocarburos Hasa, pero la memoria incluye una
sierra, tejeras, una cerámica, y, sí, también minas, y a su ritmo «dos
cines -el Price conserva el rótulo a la vista-, una sala de baile, 28
bares». Se acabó casi todo y el sustituto, el gran polígono de
Olloniego-Tudela, «no aligeró la necesidad que la gente de la zona tenía
de trabajar», coincide Ramón Palicio. «Se trasladaron empresas ya
formadas, que ya estaban funcionando», abunda Isidro Leñador, presidente
de la Asociación de Vecinos «San Julián». El caso es que el apogeo de
los 3.000 habitantes de los sesenta, cuando eran 8.600 en la suma del
valle de Tudela, ha dejado apenas setecientos en el cogollo más urbano
de Tudela Veguín y pocos más de mil en su parroquia de San Julián de
Box, con más de un 25 por ciento de retroceso desde el inicio del siglo.
No
le dejarán mentir sobre la ligazón industrial ni el primer chalé tras
la estación del tren, que es «el del ingeniero», ni los cuarteles de
planta y piso, adosados de inspiración obrera que acompañan a la
travesía de la AS-354 al pasar por aquí desde San Esteban de las Cruces.
Ni el grupo San Julián de Box, dos pabellones de tres alturas y
ladrillo visto formando barriada obrera a la salida del pueblo por el
Este. La arquitectura enseña el camino hacia el origen mientras Nieves
Corgo, presidenta de la asociación local de amas de casa, vuelve hacia
los más de cuatrocientos alumnos del colegio en los años setenta y los
compara con los pocos más de cincuenta del curso que viene. El
envejecimiento y el éxodo aderezan el cóctel que ya había anunciado la
geografía: esto es la cuenca. Esto también es el valle del Nalón y
aunque costó, «ha quedado claro que éste es un valle minero», afirma
Ramón Palicio. Se refiere a la pelea con final feliz que terminó
certificando en mayo de 2011 que «Oviedo tiene fondos mineros por
Olloniego, pero desde el año pasado también por Tudela Veguín». Todo el
valle es ya zona 1 de ayuda a la reconversión minera, porque hasta que
cerró Coalsa, en Anieves, en 1993, «hubo hasta 1.500 mineros en el
valle».
Aquella pugna por la oficialización del reconocimiento
del valle minero es otro síntoma de que esto es Oviedo, sí, pero un
Oviedo no sólo geográficamente más próximo a las comarcas mineras que a
la capital del Principado. Uno periférico a la vez de la gran ciudad y
de la cuenca hullera del Nalón. La periferia, eso sí, pesa más aquí que
en otras zonas fronterizas del concejo ovetense. Vicentina Villarino,
vocal del colectivo vecinal, no piensa en compararse con La Corredoria,
el extremo que cierra el municipio por el Nordeste con su exuberancia
residencial, pero Ramón Palicio propone a Trubia como ejemplo
paradójicamente cercano. Está «más lejos de Oviedo que Veguín», trazado
también a la orilla del Nalón y con su similar condicionante industrial
en la Fábrica de Armas. Sin embargo, señala, allí «se supo promover un
plan de construcción, hay mucha gente joven y la población se mantiene».
He ahí el antídoto contra el impacto visual de la gran industria: «Si
hay pisos y se venden aquí por 42.000 euros y en la ciudad por 120.000,
la gente viene. ¿Por qué si no se mudaron a Trubia o a Santa Eulalia de
Morcín?». También porque allí había más espacio, pero «no estamos
hablando de montar aquí La Corredoria», opone Palicio, «sino de tratar
de atraer a mil habitantes más».
La omnipresencia de la industria
no duele además como solía desde que en esta población cementera hizo su
trabajo la argamasa social reivindicativa. Indujo «una acción
medioambiental ejemplar en toda España en torno a los años noventa»,
unos seis millones de euros de inversión de la época en filtros y en una
salida para los camiones que hoy no tocan la población y «se nota». «Ni
comparación con Aboño», el otro pueblo «cementero» de Asturias. Herraiz
invita a imaginar Tudela atravesada «por cientos de camiones al día» y
José Fermín Palicio, presidente de la asociación cultural «Amigos de
Veguín», vuelve a 1998, «un año crucial» por la sutura de aquellas
heridas medioambientales y la frontera del «plan de choque» que le hace
decir que este lugar «no está abandonado por el Ayuntamiento. Claro que
hay cosas que hacer», afirma, pero se agradece la presión social y su
eco en las demandas que consiguieron esa iglesia nueva o el centro de
salud, a su lado en la travesía, de fábrica igualmente reciente.
El
centro social de La Manzanilla lleva demasiado tiempo esperando una
remodelación integral que estuvo aprobada con fondos mineros y queda
pendiente la vivienda. Hace tiempo que las únicas grúas son las que
amplían con nuevas naves la superficie del polígono de Olloniego-Tudela,
que se come poco a poco esta parte de la vega del Nalón y también tuvo
su porción de controversia a cuenta de su nombre. José Fermín Palicio,
defensor del esfuerzo coordinado en todo el valle, entiende que fue «un
error de denominación intencionado» llamarlo solamente de Olloniego.
Dado que las naves se extienden por el valle, fundamentalmente por
territorios de Santianes, Santolaya de Manzaneda y Anieves, en Veguín
entendieron justificada la recogida de firmas que ha terminado por
fusionar en el nombre oficial las rivalidades de esta vega peculiar con
dos cabezas alejadas y realidades en muchos sentidos compartidas.
En
inglés, begin es empezar. En Tudela, Veguín es el principio. Veguín,
«Veguín de allá» en la toponimia de hoy, al otro lado del río, sería el
núcleo rural original, el único hasta que el trazado del ferrocarril
levantó la estación en un punto equidistante entre Tudela y Veguín y
para no enfadar a nadie se inventó un topónimo unificado sobre la pared
del apeadero, que poco después atrajo una fábrica de cemento y ésta
construyó a su alrededor un pueblo... Eso pasó aquí más o menos en los
últimos años del siglo XIX, en 1896 llegó el tren, en 1898 éste trajo la
cementera y juntos dieron definitivamente a la industria su papel
preponderante como germen de lo que hoy se ve a simple vista,
certificando que la localidad se construyó con el cemento de la fábrica y
que hoy esto es «un pueblo de 106 años», concreta Ramón Palicio junto a
la estación. En el principio.
Empezando tarde, sin embargo,
Veguín se adelantó. Tuvo la primera planta fabricadora de cemento de
España. Alguien dirá que le pasó lo que a su hijo más ilustre, el
cantante Tino Casal, enterrado aquí desde su muerte prematura en 1991,
con su nombre en el indicador de la calle que separa Tudela Veguín de la
cementera y que sube después hacia la travesía de la carretera AS-354.
Casal era ese cantante que estética y musicalmente también daba la
impresión de ir un paso por delante, recuerda Palicio, amigo del músico
veguinense. La prueba se la dio una de sus alumnas cuando en clase, al
ver un videoclip, exclamó que «ese señor no viene del pasado, viene del
futuro».
Su pueblo, que también pareció en algún momento venido
del futuro, tiene menos pasado que la otra cabecera más poblada del
valle, el Olloniego al menos medieval con sus restos de puente y su
palacio edificado entre el siglo XIII y el XVII, y en la toponimia de la
parroquia El Portazgo, asociado al cobro de un portazgo, de un arancel
por el paso de mercancías en el primitivo camino de Asturias a Castilla.
El retroceso rápido a los orígenes da fe de que este otro valle del
Nalón tiene en sus extremos dos poblaciones de génesis y configuraciones
distintas anudadas en el siglo XXI, dicen algunos de sus habitantes,
por un puñado de necesidades y expectativas comunes.
http://www.lne.es/asturama/2012/08/01/industria-cemento-argamasa-social-colectiva/1278608.html