lunes, 1 de abril de 2013

Hay mucha calma


A los pies de una cuesta, el pueblo de Santa Eulalia de Manzaneda se levanta, a una altitud de entre 160 y 180 metros, entre el reguero el Castro (oeste) y el arroyo de Fuentesanta o El Molinucu (este), que unen sus aguas en el centro del pueblo. Justo en ese preciso lugar existe un molino harinero de piedra, recientemente rehabilitado por el Ayuntamiento, que antaño aprovechaba las aguas de los dos regueros; y a su vera, el lavadero original de 1.956. Ambas construcciones «hacen más bonito», el caserío, pero no son los únicos puntos a favor que destacan los apenas 50 vecinos de esta localidad.
Nieves González vive en Santa Eulalia desde hace 34 años. Asegura que «el pueblo no ha cambiado demasiado». Excepto unos pocos, los que hay ahora son los que había entonces, y la agricultura a la que se dedicaban en aquellos años sigue conservándose en cierta manera, en los huertos que todavía hoy cultivan en cada casa. Todo ello, bajo «la gran calma e independencia de la que podemos gozar en un pueblo» y con el añadido de que «en menos de 10 minutos estamos en plaza Castilla, en pleno centro de Oviedo». La línea de transporte urbano y el apeadero de Renfe hacen más fácil el acceso a la ciudad.
Contras, «como en todos los sitios, también las hay». Los vecinos echan de menos una tienda o algún bar, algo de lo que carecen desde hace 8 años. Para tomar algo lo que más cerca tienen es el polígono de Olloniego. Para Nieves González el área industrial «hizo que el pueblo perdiera parte de su belleza», pero, sin embargo, tiene también su lado bueno «porque ya no parece que vivamos en el fin del mundo».
El caserío, en el que el investigador José Manuel González catalogó un castro, conserva bastantes casas de tipología tradicional, así como numerosos hórreos y paneras. Destaca también la iglesia parroquial, dedicada a Santa Eulalia de Manzaneda, con cabecera cuadrada y dos capillas laterales.
Los vecinos apuran el bingo al que dedican muchas tardes en el centro social. Después volverán a sus casas, a su día a día, con el que dicen «estar encantados».


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